Aquí hay un ejemplo —desafortunadamente uno entre muchos— del modo en que confundimos a los niños acerca de la moralidad de la explotación animal.
Por un lado, animamos a los niños a relacionarse afectivamente con los no humanos, a través del uso de personajes animales. Por el otro lado, usamos aquellos mismos personajes animales para vender productos animales que fueron obtenidos a partir de la tortura de animales no humanos.
¿Es de extrañarse que desarrollemos esquizofrenia moral cuando se trata de animales?
¿Es de extrañarse que una cantidad abrumadora de nosotros concuerde con firmeza en el hecho de que está mal infligir sufrimiento “innecesario” y muerte a los animales pero, a su vez, nuestra mejor justificación para imponer sufrimiento y muerte a más de 53 mil millones de animales por año (sin incluir a los peces) es que disfrutamos de su sabor?