8 de septiembre de 2017

Acerca del interés de los animales en vivir


Animales entrando en un matadero


La moralidad convencional en el mundo occidental sobre la ética hacia los animales establece que matar a un animal no es un problema; el problema es hacerle sufrir. En tanto que hayamos tratado y matado a un animal de una manera "humanitaria", no hemos hecho nada malo. Un ejemplo evidente de esta creencia la encontramos en el caso de los perros y los gatos; animales particularmente valorados en la cultura occidental. Quienes infligen sufrimiento a un perro o a un gato son despreciados. Pero los perros y gatos indeseados son rutinariamente "puestos a domir" —matados— en los refugios con un inyección intravenosa de pentobarbital sódico, y la mayoría de la gente no le pone objeción en tanto que el proceso sea aplicado adecuadamente por un profesional y no se inflija sufrimiento al animal.

¿Por qué pensamos que matar a los animales per se no es moralmente erróneo? ¿Por qué pensamos que la muerte no es un daño para los animales no humanos?

Antes del siglo XIX, los animales era mayormente considerados como cosas. Ni el uso ni el trato sobre ellos era una cuestión moral o legal. Existían obligaciones concernientes a los animales, como la de no dañar a la vaca de nuestro vecino, pero esa obligación se la debemos a nuestro vecino en tanto propietario de la vaca, no a la vaca.

Señalar que los animales son considerados como cosas no significa que se niegue el hecho de que son sintientes, o perceptivamente conscientes, y que tienen intereses en evitar el dolor, el sufrimiento y el estrés. Pero se cree que podemos ignorar esos intereses debido a que los animales son inferiores. Nosotros podemos razonar; ellos no. Nosotros podemos usar la comunicación simbólica; ellos no.

En el siglo XIX, ocurrió un cambio de paradigma, y nació la filosofía del bienestar animal. En un relativamente breve periodo de tiempo se produjo un cambio en la forma de pensar; se decidió rechazar la noción de los animales como cosas y abrazar la idea de que los animales poseen un valor moral. Una figura prominente en este cambio de paradigma fue la del filósofo y jurista Jeremy Bentham, quien argumentó en 1789 que, aunque en realidad un caballo o un perro son más racionales y comunicativos que un bebé humano, «la cuestión no es ¿pueden razonar? ni ¿pueden hablar? sino ¿pueden sufrir?».

Bentham mantuvo que el hecho de que los animales fueran cognitivamente diferentes de los humanos —ellos tienen diferentes tipos de mentes— no significaba que su sufrimiento no importara moralmente. Argumentó que no podemos justificar moralmente el infligir sufrimiento a los animales basándonos en su especie más de lo que podemos justificar la esclavitud de los negros basándonos en su color de piel.

Pero Bentham no defendió que dejáramos de usar a los animales como recursos de la misma manera que defendió la abolición en el caso de la esclavitud humana. Él mantuvo que era moralmente aceptable usar y matar animales para propósitos humanos siempre que los tratáramos bien. Según Bentham, los animales viven en el presente y no son conscientes de lo que pierden cuando les quitamos sus vidas. Si los matamos y comemos «nosotros nos sentimos mejor por ello, y ellos no se sienten nunca peor. No tienen ninguna de esas prolongadas expectativas de desgracias futuras que tenemos nosotros». Bentham mantuvo que en realidad les estamos haciendo un favor a los animales si los matamos, siempre que lo hagamos de manera relativamente indolora: «La muerte que sufren por nuestra mano es comúnmente, y siempre puede ser, más expeditiva y, por ello, menos dolorosa, que la que les espera en el curso inevitable de la naturaleza.. [N]osotros nos sentiríamos peor si vivieran, y ellos no se sentirían peor por estar muertos». En otras palabras, a la vaca no le importa si la matamos y la comemos; sólo le importa cómo la tratamos y la matamos, y su único interés es el de no sufrir.

Y eso es precisamente lo que la mayoría sigue creyendo hoy en día. Matar animales no es un problema. El problema es hacerles sufrir. Si les proporcionamos una vida razonablemente placentera, y una muerte relativamente indolora, entonces no estamos haciendo nada malo. Curiosamente, las ideas de Bentham fueron suscritas por Peter Singer, quien fundamenta su posición en «Liberación Animal» [1975] directamente en Bentham. Singer afirma que «la ausencia de cierta forma de continuidad mental» hace difícil comprender por qué matar a un animal no sería «algo que puede constituir un bien con la creación de un nuevo animal que continúe teniendo una vida equivalemente placentera».

Nosotros pensamos que esa perspectiva es errónea.

Decir que un ser sintiente —cualquier ser sintiente— no es dañado por la muerte es decididamente extraño. La sintiencia no es una característica que haya evolucionado para servir como un fin en sí misma. En realidad, la sintiencia es una cualidad que permite que los seres que la poseen puedan identificar situaciones que son dañinas y que amenacen su supervivencia. La sintiencia es un medio para el fin de continuar existiendo. Los seres sintientes, por el hecho de ser sintientes, tienen un interés en continuar vivos; esto es, ellos prefiere, desean o quieren permanecer vivos. La existencia continuada es su interés. Por tanto, decir que un ser sintiente no es dañado por la muerte deniega que ese ser tenga el interés que la sintiencia sirve para perpetuar. Esto es análogo a decir que un ser que tiene ojos no tiene un interés en continuar viendo o que no es dañado por el hecho de quedarse ciego. Los animales capturados en trampas son capaces de roer sus propias extremidades para intentar escapar y de este modo se infligen un terrible sufrimiento sobre sí mismos para así poder continuar viviendo.

SInger reconoce que «un animal puede luchar contra una amenaza hacia su vida» pero concluye que eso no significa que el animal tenga una continuidad mental requerida para poseer conciencia de sí mismo. Sin embargo, esta posición evade la cuestión en tanto que asume que la única manera en la que un animal puede ser autoconsciente es tener alguna clase de identidad autobiográfica que asociamos a los humanos adultos normales. Ésa es sin duda una forma de ser autoconsciente, pero no es la única manera. Tal y como el biólogo Donald Griffin, uno de los etólogos cognitivistas más importantes del siglo XX, explicó, es arbitrario denegar a los animales alguna clase de autoconciencia puesto que los animales que son perceptivamente conscientes deben ser conscientes de sus propios cuerpos y acciones, y deben diferenciarse a sí mismos de los cuerpos y las acciones de los otros animales.

Incluso si los animales vivieran en el «eterno presente» que Bentham y Singer creen que habitan, esto no significa que no sean autoconscientes o que no tengan un interés en continuar existiendo. Los animales serían conscientes de sí mismos en cada momento del tiempo y tienen un interés en continuar siendo conscientes; ellos tendrían un interés en llegar al siguiente segundo de la conciencia. Los seres humanos que padecen un particular tipo de amnesia pueden ser incapaces de rememorar recuerdos o planificar proyectos sobre el futuro, pero esto no significa que no sean autoconscientes de cada momento, o que la interrupción de su conciencia no sea un daño.

Es hora de que revisemos este asunto. Si empezamos a considerar que matar a un animal —aunque fuera indoloramente— se trata de un problema moral, quizás esto pueda conducirnos a reflexionar sobre si el uso de animales es moralmente justificable, en lugar de pensar sólo en si el trato es "humanitario". Dado que los animales son propiedad, y por lo general sólo protegemos los intereses de los animales hasta el punto en que sea económicamente rentable, es una fantasía creer que el trato "humanitario" puede ser un estándar alcanzable en cualquier caso. Si nos tomamos en serio los intereses de los animales no podemos evitar la reflexión sobre la moralidad del uso independientemente de las consideraciones sobre su trato.
Anna Charlton & Gary Francione


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