8 de septiembre de 2016

Por qué la existencia de mascotas es esencialmente inmoral




Nosotros vivimos con seis perrros rescatados. Con la excepción de uno de ellos, que nació de perros rescatados, todos ellos provienen de situaciones muy tristes, incluyendo el abuso severo. Estos perros son refugiados no-humanos con los que compartimos nuestro hogar. Aunque los amamos muchísimo, estamos firmemente convencidos de que ellos no deberían haber venido al mundo en primer lugar.

Nos oponemos a la domesticación y el mascotismo porque esto viola los derechos fundamentales de los animales.

El término "derechos animales" se ha convertido en un sinsentido. Cualquiera que crea que debemos incrementar el tamaño de las jaulas en las que encerramos a las gallinas, o que los terneros deben ser confinados en unidades colectivas en lugar de en aislamiento individual antes de ser desnutridos y degollados, está defendiendo aquello que se considera una posición de "derechos animales". Esto se debe en gran parte a Peter Singer, el autor de Liberación Animal [1975], que es considerado ampliamente como "el padre del movimiento de los derechos de los animales".

El problema con esta atribución de paternidad es que Singer es un utilitarista que rechaza la idea de los derechos morales, y apoya cualquier medida que él crea que reduce el sufrimiento. En otras palabras, el "padre del movimiento de los derechos animales" rechaza los derechos animales y ha dado su apoyo a los huevos sin jaulas de batería, la carne de cerdo sin jaulas de gestación, así como cualquier iniciativa promovida por casi cada grupo animalista corporativo. Singer no promueve los derechos animales; él promueve el bienestar animal. Él no rechaza el uso de animales per se. Él se centra sólo en su sufrimiento. En una entrevista del año 2006 con la revista The Vegan, él dijo, por ejemplo, que podría "imaginar un mundo en el que la gente comiera mayormente productos vegetales, pero que ocasionalmente se dieran el lujo de consumir huevos camperos, o que comieran carne de animales que tuvieron una buena vida en condiciones naturales de su especie, y que fueran humanitariamente matados en la granja".

Nosotros usamos el término ´derechos animales´ en un sentido diferente, similar a la manera en que usamos el término ´derechos humanos´ cuando se trata de los intereses fundamentales de nuestra propia especie. Por ejemplo, si decimos que un humano tiene derecho a su vida, queremos decir que su interés fundamental en continuar viviendo debe ser protegido incluso si usarlo como donante no-consentido resultara en salvar las vidas de otros 10 humanos. Un derecho es una manera de proteger un interés; y lo protege independientemente de las consecuencias. La protección no es absoluta; se puede anular bajo determinada circunstancia. Pero la protección no puede ser derogada sólo por motivos consecuencialistas.

Los animales no humanos tienen el derecho moral a ser usados exclusivamente como recursos para los humanos, independientemente de que el trato sea "humanitario", e incluso si los humanos obtienen consecuencias beneficiosas al tratar a los no-humanos exclusivamente como recursos.

Cuando hablamos de derechos animales, estamos hablando principalmente de un derecho: el derecho a no ser propiedad. La razón para esto es que si los animales importan moralmente —si los animales no son simples cosas— entonces no pueden ser considerados propiedades. Si son considerados propiedades, entonces sólo pueden ser tratados como cosas. Pensemos sobre esto en el contexto humano. Todos estamos en general de acuerdo en que todos los humanos, independientemente de sus características particulares, tienen el derecho fundamental y pre-legal de no ser tratado como una propiedad. Todos rechamos que los humanos sean esclavos. Esto no significa que la esclavitud humana no exista. Existe. Pero nadie la defiende.

La razón por la que rechazamos la esclavitud es porque un humano que sea esclavo no puede ser entonces tratado como una persona, debido a que ser un esclavo significa que ya no es miembro de la comunidad moral. Todos los intereses que tenga el humano esclavizado pueden ser evaluados por otro —el propietario— quien puede elegir valorar al esclavo como un miembro de la familia, o puede limitarse a proporcionarle el sustento mínimo y al mismo tiempo tratar horriblemente al esclavo. Los intereses básicos del esclavo pueden ser ignorados.

Hubo muchas leyes que proponían regular la esclavitud humana basada en la raza tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido. Estas leyes no eran efectivas porque las leyes regulacionistas sólo son relevantes cuando hay un conflicto entre el esclavo y el esclavista. Y si el interés del propietario esclavista no prevale sustancialmente entonces la institución de la esclavitud no puede perdurar. No puede haber un desafío significativo al ejercicio de los derechos de propiedad del esclavista.

El mismo problema sucede cuando se refiere a los no-humanos. Si los animales son propiedad, entonces ellos no pueden tener un valor inherente o intrínseco. Ellos sólo tienen un valor extrínseco o externo. Son cosas que nosotros valoramos. Ellos no tienen derechos; nosotros tenemos derecho, como propietarios, a valorarlos a ellos. Y podemos elegir valorarlos igual a cero.

Hay muchas leyes que supuestamente regulan nuestro uso de animales no humanos. De hecho, hay ahora muchas más leyes de este tipo que las que regulaban la esclavitud humana. Y, al igual que las leyes que regulaban la esclavitud humana, no funcionan. Estas leyes sólo son relevantes cuando los intereses humanos y los intereses animales entran en conflicto. Pero los humanos tienen derechos, incluyendo el derecho a poseer y usar su propiedad. Los animales son propiedad. Cuando la ley intenta sopesar los intereses humanos y los no-humanos, el resultado ya está determinado de antemano.

Además, debido a que los animales son propiedad, el estándar de bienestar animal será siempre muy bajo. Cuesta dinero proteger los intereses de los animales, lo cual significa que estos intereses, en su mayor parte, serán protegidos sólo en aquellas situaciones en las que hacerlo resulta en un beneficio económico. Es difícil encontrar una medida de bienestar que no tenga como intención hacer la explotación animal más eficiente. Las leyes requieren aturdir a los animales grandes antes del degollamiento porque eso reduce los daños en el cadáver y las heridas a los matarifes. Confinar a los terneros en pequeños recintos colectivos, en lugar de en espacios cerrados individuales, reduce el estrés y las consiguientes enfermedades, lo que reduce los costos veterinarios.

En la medida en que las medidas de bienestar animal incrementan los costes de producción, este aumento es por general muy pequeño —por ejemplo, pasar de las jaulas convencionales de batería a las jaulas "enriquecidas" en la Unión Europea— y no suele afectar a la demanda general del producto debido a la elasticidad de la demanda. En todo caso, sin importa cuán "humanitariamente" son tratados los animales, ellos siguen estando sometidos a un trato que, si fueran humanos, lo calificaríamos de tortura. No existe tal cosa como una explotación "feliz".

Aunque el derecho a no ser propiedad es un derecho negativo, y no conlleva ningún derecho positivo que los no-humanos puedan tener, el reconocimiento de un derecho negativo tendría el efecto de requerirnos, como una cuestión de obligación moral, que rechacemos toda la explotación institucionalizada, lo cual asume necesariamente que los animales no son cosas que nosotros podamos usar y matar para nuestros propósitos.

Vamos a realizar una pausa aquí y señalar que, aunque lo que decimos puede parecer muy radical, en realidad no lo es. De hecho, nuestra moralidad convencional acerca de los animales nos conduciría a la misma conclusión sin necesidad de aceptar la noción de derechos.

La moralidad convencional acerca de los animales dice que es moralmente aceptable para los humanos usar y matar animales pero que no debemos imponerles sufrimiento y muerte innecesariamente. Sin embargo, podemos comprender que el concepto de necesidad en este contexto no puede ser entendido como algo que acepte cualquier sufrimiento o muerte por propósitos frívolos. Podemos comprobar esto en contextos particulares. Por ejemplo; mucha gente todavía está resentida con el jugador de fútbol americano Michael Vick, que fue encontrado culpable de organizar peleas de perros en el año 2007. ¿Por qué seguimos todavía resentidos con Vick casi una década después? La respuesta es clara: reconocemos que lo que hizo Vick estaba mal porque su única justificación era que obtenía placer o diversión haciendo daño a los perros, pero su placer o diversión no sirven como justificación.

Mucha gente —quizás la mayoría— rechaza las peleas de perros, e incluso la mayoría de conservadores en el Reino Unido se oponen a la caza del zorro. ¿Por qué? Porque estos deportes sangrientos infligen sufrimiento y muerte a los animales no humanos. Nadie sugiere que Vick sería menos culpable si hubiera organizado peleas  de perros "humanitarias". Nadie que se oponga a los deportes sangrientos propone que se hagan de forma más humanitaria ya que siempre implican sufrimiento innecesario. Todos los opositores a estas actividades promueven su abolición, porque son actividades inmorales, sin importar el modo en que sean realizadas.

El problema es que el 99.999 por ciento de nuestros usos de animales no humanos son moralmente indistinguibles de aquellas actividades que un abrumador número de nosotros rechazamos.

El uso numéricamente mayor es el uso de animales para comida. Matamos a 60.000 millones de animales para comida anualmente, y esto no contabiliza el número incluso mayor —estimado a la baja en cerca de un millón de millones— de animales marinos. No necesitamos comer animales para tener una salud óptima. De hecho, un número creciente de profesionales y autoridades de la salud, incluyendo el National Institutes of Health, American Heart Association, British National Health Service, y British Dietetic Association han declarado que una dieta vegana bien planificada puede ser tan nutritiva como una una dieta que incluya productos de origen animal. Algunas autoridades han ido más allá para afirmar que una dieta vegana puede ser más saludable que la dieta tradicional. En todo caso, ya no resulta creíble decir que necesitamos comer productos de origen animal por razones de salud. Y la ganadería es un desastre ecológico.

Consumimos productos de origen animal porque nos gusta su sabor. En otras palabras, no somos diferentes de Michael Vick, excepto por el hecho de que pagamos a otros para que inflijan daño en lugar de hacerlo nosotros mismos. Y nuestros usos de animales para entretenimiento y deporte son, por definición, innecesarios. El único uso de animales que no es obviamente frívolo es el uso de animales en la investigación para encontrar la cura de enfermedades. Nosotros rechazamos la vivisección como moralmente injustificable incluso si fuera necesaria —un adjetivo que consideramos problemático desde el punto de vista empírico— pero la moralidad de la vivisección requiere un análisis más matizado que el uso de animales para comida, vestimenta, entretenimiento y otros fines.  Prácticamente todos nuestros usos de animales pueden ser vistos como inmorales de acuerdo a nuestra moralidad convencional.

Lo importante es que tanto si asumes una posición de derechos animales, y reconoces que los animales tienen un derecho pre-legal a no ser propiedad, como si permaneces en la moralidad convencional, el resultado es el mismo: básicamente todos nuestros usos de animales deben ser abolidos.

Decir que un animal tiene un derecho a no ser usado como propiedad es simplemente decir que tenemos la obligación moral de no usar a los animales como cosas, incluso si nos beneficiara el hacerlo. Respecto de los animales domesticados, esto significa que debemos dejar de traerlos al mundo. Tenemos la obligación moral de cuidar de aquellos sujetos de derechos que ya están aquí. Pero tenemos la obligación de no traer a ninguno más a la existencia.

Y esto incluye a los perros, gatos y otros no-humanos que nos sirven de "compañeros".

Nosotros tratamos a nuestros seis perros como miembros de nuestra familia. La ley protege esta decisión porque nosotros valoramos nuestra propiedad como queremos. Pero, sin embargo, nosotros podríamos elegir usarlos como perros guardianes y tenerlos fuera de casa continuamente sin ninguna clase de contacto afectuoso con ellos. Nosotros podríamos llevarlos ahora mismo a una perrera en la que serían matados si no encuentran adoptantes, o podríamos llevarlos al veterinario para que los matara. La ley protege todas esas decisiones también. Nosotros somos los propietarios. Ellos son la propiedad. Nos pertenecen.

La realidad es que en los Estados Unidos, la mayoría de perros y gatos no terminan sus vidas en hogares amorosos. Ellos gozan de un hogar durante un corto periodo de tiempo antes de ser traspasados a otro propietarios, llevados a una perrera, abandonados o matados.

Y no importa si consideramos al propietario como un "guardián", tal y como algunos activistas apuntan. Esa caracterización carece de significado. Si tienes el derecho legal a llevar a tu perro a un centro de exterminio, o tú mismo puedes matar "humanitariamente" a tu perro, entonces no importa cómo te denomines a ti mismo o a tu perro. Tu perro es una propiedad. Aquellos de nosotros que vivimos con compañeros animales somos propietarios en lo que a la ley concierne, y tenemos el derecho legal de tratar a nuestros animales como nos parezca siempre que les aportemos un mínimo de agua, comida y refugio. Sí, hay límites en el ejercicio de tus derechos de propiedad. Pero estas limitaciones son consistentes con acordar un valor muy bajo a los intereses de nuestros compañeros animales.

Pero, al mismo tiempo que retrocedes con horror al pensar lo que sería de tu vida sin tus queridos perros, gatos y otros animales que acogemos en nuestros hogares, a quienes amamos y cuidamos como miembros de nuestra familia, probablemente estés pensando: "Espera. ¿Qué pasaría si exigimos a todo el mundo que trate a los animales de la misma manera que trato a los míos?

El problema con esta réplica es que, incluso si pudiéramos establecer un sistema funcional y fiable que exigiera a los propietarios que propocionaron un alto nivel de bienestar a los animales, estos animales seguirían siendo propiedad. Seguiríamos valorando sus vidas como cero y matándolos, o llevándolos a una protectora en la que los matarían si no fueran adoptados por alguien.

Alguien podrían responder que está en desacuerdo también con todo esto, y que deberíamos prohibir a la gente matar animales excepto en casos de eutanasia —cuando se trata de enfermedades terminales— y que debemos prohibir a los refugios que maten animales excepto cuando fuera en beneficio del propio animal.

Esa posición se encuentra muy próxima al abolicionismo sobre el estatus de los animales como propiedad y requiere que los animales sean tratados de una manera muy parecida a como tratamos a los niños humanos. ¿Seguiría siendo aceptable que criemos animales no humanos para servirnos de compañía?

Nuestra respuesta sigue siendo un rotundo no.

Dejando a un lado que la dificultad en el desarrollo de estándares generales sobre lo que constituiría tratar a los no-humanos como "miembros de la familia", y todo lo que esto conllevaría, lo convierte en algo casi imposible a nivel práctico, esta posición falla en reconocer que la domesticación en sí misma presenta un serio problema moral independientemente de la manera en que los no-humanos sean tratados.

Los animales domesticados son completamente dependientes de los humanos, quienes controlan cada aspecto de su vida. A diferencia de los niños, que algún día se podrán convertir en individuos autonómos, los no-humanos no podrán. Éste es el punto central de la domestación —queremos animales domesticados que dependan de nosotros. Ellos permanecen indefinidamente en un lugar de vulnerabilidad, dependiendo de nosotros para todo lo que es relevante para ellos. Los hemos criado para ser complacientes y serviles, y tener características que nos agraden, incluso aunque dichas características sean dañinas para los propios animales. Nosotros podemos hacerles felices en cierto sentido, pero la relación no tiene nada de "natural" ni de "normal". Ellos no pertenecen a nuestro mundo, independientemente del modo en que los tratemos. Esto es cierto para todos los no-humanos domesticados. Ellos son perpetuamente dependientes de nosotros. Controlamos sus vidas para siempre. Ellos son en verdad nuestros animales esclavos. Algunos de nosotros podríamos ser amos benévolos, pero no podríamos ser nada más que eso.

Hay otra posición como es el caso de Sue Donaldson y Will Kymlicka, cuyo libro Zoopolis [2011] afirma que los humanos son dependientes unos de otros, y por tanto se pregunta ¿qué tiene de malo que los animales sean dependientes de nosotros? Las relaciones humanas pueden implica interdependencia o dependencia mutua, pero esta dependencia en cualquier caso opera sobre la base de la elección, o es el reflejo de decisiones sociales sobre el cuidado de los miembros vulnerables de la sociedad que están vinculados entre sí y protegidos por los complejos aspectos del contrato social. Además, la naturaleza de la dependencia humana no despoja a los dependientes de los derechos básicos que pueden ser vindicados en caso de que la dependencia derive en dañina.

También encontramos la posición que replica que los perros, gatos, y otras "mascotas", tienen derecho a reproducirse. Esta posición nos conduce a continuar reproduciendo sin límite e indefinidamente, en tanto que no podemos limitar ningún derecho reproductivo a las "mascotas". Quienes están preocupados porque la abolición de la domesticación significaría una pérdida de la diversidad de especies deberían saber que los animales domesticados han sido creados mediante cría selectiva y confinamiento.

Algunas voces críticas han señalado que nuestra postura sólo se preocupa por el derecho negativo a no ser usado como propiedad y no explica qué derechos positivos podrían tener los animales. Esta observación es correcta, pero toda la domesticación terminaría si reconociéramos un derecho —el derecho a no ser propiedad. Estaríamos obligados a cuidar de que aquellos animales domesticados que existen en el presente, pero no traeríamos ninguno más a la existencia.

Si todos reconocemos la personalidad de los no-humanos, todavía tendríamos que pensar acerca de los derechos de los animales no-domesticados que viven entre nosotros y en zonas no urbanizadas. Pero si nos preocupamos lo suficiente por no comer, vestir ni usar en ninguna forma a los no-humanos domesticados, sin duda podremos determinar cuáles derechos positivos deberían tener. Lo más importante es que reconocemos el derecho negativo de los animales a no ser usados como propiedad. Esto nos conduce a abolir toda la explotación institucionalizada que supone cosificar y controlar a los animales por parte de los humanos.

Nosotros amamos a nuestros perros, pero reconocemos que, si el mundo va a ser más justo y equitativo, no debería haber mascotas, no debería haber prados repletos de ovejas, ni establos con cerdos, vacas o gallinas. No habría acuarios ni zoos.

Si los animales importan moralmente, debemos reexaminar todos los aspectos de nuestra relación con ellos. El asunto que debemos afrontar no es si nuestra explotación sobre los animales es "humanitaria" —estableciendo así una complicidad con las prácticas de la industria que utiliza a los animales— sino más bien cómo podemos justificar que los utilicemos.





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