Un tema central de mi trabajo durante la última década, más o menos, ha sido la exploración de nuestra confusión cognitiva —nuestra “esquizofrenia moral”— cuando se trata de animales no humanos.
Recientemente, escribí un comentario acerca de cómo la comediante Ellen Degeneres sollozaba en su espectáculo televisivo por un perro que ella adoptó y dio luego a otra persona mientras, al mismo tiempo, en su sitio web, promovía su menú de animales muertos.
El jugador de fútbol Michael Vick fue duramente criticado por estar involucrado con peleas de perros por un público que no reflexionada nada acerca de comer no humanos, torturados en todo sentido tanto como los perros de Vick.
Muchos de nosotros compartimos nuestros hogares con no humanos que amamos y consideramos miembros de nuestra familia, mientras que, al mismo tiempo, comemos a otros no humanos que no son diferentes de ninguna manera moralmente relevante de aquéllos que amamos y cuya personidad reconocemos.
Un ejemplo impresionante de “esquizofrenia moral” fue reportado el viernes, 26 de octubre, por la BBC. Un ciervo blanco, aparentemente de más o menos nueve años de edad, fue matado a tiros por cazadores furtivos en la frontera de Debo y Cornwall.
La reacción: La matanza del ciervo fue “repugnante.”
¿Y quién estaba asqueado?
Los “criadores de animales y los guardas de los animales de caza [quienes] habían mantenido en secreto la localización del ciervo durante años, en el intento de protegerlo.”
Pat Carey, “cuyo trabajo es matar ciervos rojos en el área,” describió al animal como “sagrado”, y la matanza como “absolutamente incomprensible.” Mr. Carey remarcó que “sólo una persona sin corazón tiene la capacidad de mirar a tan bella criatura a través de la mira telescópica de un rifle de alta potencia y simplemente pone fin a su vida.”
Es impresionante, en varios aspectos, que Mr. Carey no se considere una persona “sin corazón” cuando mira a un ciervo rojo “a través de la mira telescópica de un rifle de alta potencia y simplemente pone fin a su vida.”
Mientras me encuentro sentado y escribo esto, estoy mirando desde la ventana de mi escritorio, el bosque que circunda nuestra casa. Puedo ver dos ciervos —gemelos nacidos en nuestra propiedad esta primavera— mordisqueando los arbustos. Es la temporada de caza aquí y hay mucha gente en esta área que mata al ciervo, generalmente con arco y flecha.
Conozco a algunos de esos cazadores y ellos no dudarían en pasar horas tratando de rescatar a un ciervo de algún peligro, “fuera de temporada”. Pero no tienen ningún problema en disparar una flecha, que tiene cuatro puntas de navaja que se abren en contacto con un órgano o músculo de la víctima y literalmente quedan trabadas en ellos, directo hacia aquel mismo ciervo, un mes después, cuando es legal matarlo.
Como Mr. Carey dice, es “absolutamente incomprensible.”