En «Vivisección, primera parte: La “necesidad” de la vivisección», argumenté acerca de los problemas relativos a la afirmación de que el uso de no humanos en experimentos biomédicos es, como cuestión de hecho, “necesario” para obtener la información indispensable para los objetivos de la salud humana. En este ensayo quiero examinar brevemente el argumento de que, incluso si el uso de los animales es necesario en el sentido de que necesitamos usar no humanos para obtener información esencial, no podemos justificar usarlos para este propósito.
Humanos y no-humanos tienen en común un interés en no ser usados en experimentos biomédicos. Otorgamos a todos los humanos un derecho a no ser usados como sujetos que no han dado su consentimiento para tales experimentos, incluso aunque fuera más eficiente usar humanos, y así evitar las dificultades que presenté en el ensayo anterior acerca de extrapolar resultados de no humanos a humanos y los otros problemas que hacen la investigación en animales problemática y no confiable desde una perspectiva científica.
Cuando decimos que los humanos tienen un “derecho” a no ser usados para estos propósitos, significa simplemente que el interés de los humanos en no ser usados como sujetos que no dieron su consentimiento para experimentos será protegido incluso si las consecuencias de usarlos fueran muy beneficiosas para el resto de nosotros. La cuestión, entonces, es: ¿Por qué pensamos que es moralmente aceptable usar no humanos en experimentos, pero que no lo es usar humanos?
Históricamente, se han expuesto tres razones primordiales para afirmar que es moralmente aceptable usar no humanos en situaciones en las cuales no consideraríamos como permisible usar a ningún humano.
La primera razón es que los animales no son sintientes. Por ejemplo, el filósofo francés René Descartes (1596-1650) sostuvo que los animales no eran nada más que autómatas, o robots, creados por Dios. De acuerdo con Descartes, los animales no poseen almas, lo cual es necesario para la conciencia, y, por lo tanto, no pueden experimentar dolor, placer, ni ninguna otra sensación o emoción. Descartes también señaló el hecho de que los animales no usaban lenguaje verbal ni de señas como indicio de su falta de conciencia. Si Descartes estuviera en lo cierto, entonces no podríamos hablar de los intereses de los animales surgidos de su sensibilidad más de lo que podríamos hablar sobre relojes poseyendo estos intereses, y sería absurdo hablar acerca de cualquier obligación moral o legal que tengamos hacia los animales.
Realmente no pienso que nadie, con la excepción de unos pocos filósofos que disfrutan de la controversia académica para su propio beneficio, siga sosteniendo que los animales no son sintientes. Verdaderamente, todo el fundamento de las leyes anti-crueldad y de las normas como la Ley de Bienestar Animal, es que los animales son sintientes y que, por ende, tienen realmente interés en no sufrir.
La segunda razón es que, aunque los animales son sintientes y tienen un interés en no sufrir, carecen de “almas” o son por otra parte los “espíritus inferiores” de los humanos y Dios nos ha otorgado permiso para usarlos para nuestros propósitos. Esta creencia no solo sirvió históricamente como una parte importante de nuestra justificación para explotar no humanos, sino que es de relevancia contemporánea en un mundo que cada día más abraza ideologías religiosas fundamentalistas. Aunque ciertamente pienso que la moralidad del uso de los animales puede ser examinada incluso sin tales ideologías, también pienso que tal discusión es tangencial a la cuestión que estamos tratando, porque la mayoría de los científicos e investigadores que defienden los experimentos con animales no confían en las justificaciones religiosas, al menos no explícitamente.
La tercera y principal razón es que, aunque los animales son sintientes y tienen un interés en no sufrir, podemos ignorar este interés cuando nos beneficia hacerlo de esta manera, porque a los animales les falta alguna característica que supuestamente solo tiene los humanos –generalmente una característica cognitiva-, y son por lo tanto los “inferiores naturales” de los humanos. Esto es, existe alguna diferencia cognitiva cualitativa entre humanos y no humanos que supuestamente justifica nuestro tratamiento de los animales exclusivamente como medios para nuestros fines. La lista de las características que supuestamente poseen solo los humanos incluye la auto-consciencia, la razón, el pensamiento abstracto, la emoción, la habilidad para comunicarse con lenguaje simbólico, y la capacidad para el comportamiento moral.
La noción de que los humanos poseen características mentales que no tienen equivalentes en los no humanos es probablemente inconsistente con la teoría de la evolución. Darwin sostenía que no hay características humanas únicas: “La diferencia entre la mente del hombre y los animales superiores, grande como es, probablemente es de grado y no de especie.” Los animales son capaces de pensar y poseen muchas de las mismas respuestas emocionales que tienen los humanos: “Las sensaciones e intuiciones, las variadas emociones y facultades, como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, razón, etc., de las cuales el hombre se jacta, pueden encontrarse en forma incipiente o incluso a veces bien desarrollada, en los animales inferiores.” Darwin notó que “los animales compañeros tienen un sentimiento de amor entre ellos” y que los animales “ciertamente se compadecen de otro que se halle en una situación difícil o en peligro.” [Charles Darwin, The Descent of Man and Selection in Relation to Sex (Princeton: Princeton University Press, 1981): p. 105, 76, 77.]
Los etólogos cognitivos y otros han confirmado que los animales, incluyendo los mamíferos, aves, y peces, tienen al menos el equivalente de las características cognitivas que una vez se creyeron únicamente propias de los humanos. Los no humanos son inteligentes y son capaces de procesar la información de maneras sofisticadas y complejas. Son capaces de comunicarse con otros miembros de su propia especie tanto como con los humanos. Las similitudes entre humanos y animales no están limitadas a los atributos cognitivos o emocionales solamente. Algunos argumentan que los animales exhiben lo que es también claramente un comportamiento moral. Hay numerosos ejemplos en los cuales los animales actúan de maneras altruistas hacia los miembros con los que no guardan parentesco de su propia especie y hacia otras especies, incluyendo los humanos.
Aunque ciertamente parece que ningún otro animal aparte de los humanos posee características que se consideraron como únicas en los humanos, reconozco que hay un debate en esta cuestión y que hay, en cualquier caso, diferencias entre las mentes humanas y las mentes de los no-humanos en el sentido de que las últimas no usan comunicación simbólica. Sin embargo, como una cuestión de razonamiento lógico y correcto, no podemos justificar nuestra explotación de los animales no humanos señalando su supuesta falta de distintas y particulares características cognitivas parecidas a las humanas ni, verdaderamente, de ninguna característica más allá de la sintiencia o percepción consciente.
Cualquier intento de justificar que tratemos a los animales como recursos que se base en su falta de características cognitivas consideradas como únicas en los humanos, dan las cosas por sentado desde el principio al asumir que ciertas características humanas son “especiales” y justifican un tratamiento diferencial. Aunque hay cosas que solo los humanos podemos hacer —si bien no todos los humanos pueden ser aptos para hacerlas—, también hay cosas que solo los no-humanos pueden hacer. Puede que solo los humanos sean capaces de escribir sinfonías, hacer cálculos, o reconocerse a sí mismos en los espejos, pero solo los no humanos pueden volar o respirar bajo el agua sin asistencia. Evidentemente, si nuestras características son especiales es porque lo decimos nosotros. Pero aparte de esta posición obviamente en nuestro propio interés, no hay ninguna razón para deducir que las características consideradas como únicas en los humanos puedan servir como una justificación no arbitraria para el trato de los animales como nuestras herramientas de laboratorio. Estas características pueden servir para este fin solo después de haber asumido que tienen relevancia moral.
Más aún, incluso si a todos los animales excepto a los humanos les faltara una característica particular más allá de la capacidad de sentir, o la poseyeran en un grado diferente o de una manera diferente a los humanos, no hay relación lógicamente defendible entre la falta o el menor grado de esa característica y nuestro tratamiento de los animales como recursos. Las diferencias entre los humanos y los otros animales pueden ser relevantes para otros propósitos. Nadie puede argumentar que debemos permitirles conducir autos a los no humanos o votar o asistir a las universidades. Estas diferencias, sin embargo, no apoyan el que sea moralmente justificable el tratamiento de los animales como propiedad humana y el usarlos como sujetos sin consentimiento en experimentos. Cualquiera que sea la característica que identifiquemos como únicamente humana, será vista en un grado menor en algunos humanos y no será vista de ninguna manera en otros. Algunos humanos tendrán exactamente la misma deficiencia que atribuimos a los animales, y aunque la deficiencia pueda ser relevante para algunos propósitos, la mayoría de nosotros rechazaríamos esta deficiencia para justificar moralmente el uso de humanos en experimentos biomédicos.
Consideren, por ejemplo, la característica de la autoconsciencia, a la que muchos han considerado como la más importante de las supuestamente únicas cualidades características de los humanos. El filósofo Peter Carruthers define la autoconsciencia como la habilidad de tener una “experiencia consciente… cuya existencia y contenido están disponibles para ser pensados conscientemente —esto es, disponibles para una descripción en actos de pensamiento que a su vez se hacen disponibles para ulteriores actos de pensamiento.” [P. Carruthers, The Animals Issue: Moral Theory in Practice (Cambridge: Cambridge University Press, 1992): at 181.]
Pero muchos humanos, tales como los que tienen severas discapacidades mentales, no tienen autoconsciencia en este sentido. No consideramos, sin embargo, que sea permisible usarlos como animales de laboratorio. El hecho de que los humanos mentalmente discapacitados no puedan tener una particular forma de autoconsciencia puede justificar un tratamiento diferencial en algunos aspectos. Puede, por ejemplo, ser relevante para decidir si le damos a esta persona un trabajo como docente en una universidad, o si le permitimos manejar un auto. Pero no tiene relevancia respecto a si la tratamos exclusivamente como un recurso y la usamos en experimentos dolorosos o como una donante forzada de órganos si hacerlo nos beneficia.
La confianza en características cognitivas que van más allá de la capacidad de sentir para justificar el uso de los no humanos en experimentos requiere que asumamos que estas características son moralmente relevantes o que ignoremos el hecho de que, cuando se trata de humanos, no consideramos moralmente relevante la falta de tales características Al final nos queda una única razón para explicar nuestro tratamiento diferencial de los animales: Nosotros somos humanos y ellos no lo son, y solamente la diferencia de especie justifica nuestro trato diferencial. Pero este criterio es totalmente arbitrario y no es diferente de afirmar que, aunque no hay ninguna característica especial que solo sea poseída por los blancos, o ningún defecto poseído por los negros que no sea también poseído por los blancos, podemos tratar a los negros como inferiores a los blancos meramente sobre la base de la raza. No es diferente de decir que, aunque no hay ninguna característica especial poseída solo por los hombres o ningún defecto poseído solo por las mujeres, podemos tratar a las mujeres como inferiores a los hombres, meramente sobre la base del sexo.
La gran mayoría de nuestros usos de animales no humanos —para comida, entretenimiento, caza, ropa— no puede ser caracterizada como 'necesaria' en ningún sentido coherente de esta palabra. El uso de los no-humanos en investigación médica puede involucrar una posible afirmación de necesidad aunque, como argumenté en el previo ensayo, cualquier afirmación en tal sentido es problemática en varios aspectos. Pero tal afirmación, aunque esté justificada, no puede servir para aportar una base moral satisfactoria para el uso de los animales.
Esto finaliza mi exposición de la vivisección desde la perspectiva de la necesidad empírica y la justificación moral. Espero que estos ensayos sean suficientemente breves y accesibles y sean usados por los defensores de los animales cuando estén en la situación de debatir este tema con otros.