Artículo publicado en la revista New Scientist el 5 de octubre de 2005
Tratamos a los animales como solíamos tratar a los esclavos humanos. Qué posible justificación puede tener esto, pregunta Gary Francione.
¿Los animales poseen derechos morales? ¿Qué tipo de status legal deberíamos concederles? Este debate se ha vuelto enormemente confuso. Algunos activistas por los derechos de los animales mantienen que debemos permitir que los animales tengan los mismos derechos que disfrutan los humanos. Por supuesto, esto es absurdo. Existen muchos derechos humanos que simplemente no son aplicables a los no-humanos.
Me gustaría proponer algo un poco diferente: que una teoría sensata y coherente sobre los derechos de los animales debería centrarse sólo en un derecho para todos los animales: el derecho a no ser tratado como propiedad de los seres humanos.
Me gustaría proponer algo un poco diferente: que una teoría sensata y coherente sobre los derechos de los animales debería centrarse sólo en un derecho para todos los animales: el derecho a no ser tratado como propiedad de los seres humanos.
Permítanme explicar por qué esto tiene sentido. Actualmente, los animales son mercancías que poseemos de la misma manera que poseemos automóviles o mobiliario. Al igual que esas entidades inanimadas de propiedad, los animales poseen únicamente el valor que nosotros elegimos darles. Cualquier interés que un animal posea representa un coste económico que nosotros podemos decidir ignorar.
Tenemos leyes que supuestamente regulan el trato que hacemos de nuestra propiedad animal, y que prohíben infligirles un sufrimiento “innecesario”. Estas leyes requieren que coloquemos a un lado de la balanza los intereses de los humanos y al otro los intereses de los animales, con el fin de asegurar que los animales son tratados “humanitariamente”. Sin embargo, es una falacia suponer que podemos sopesar por un lado los intereses humanos, los cuales están protegidos por derechos en general y por el derecho de propiedad en particular, y por otro lado los intereses de los animales que, como propiedad, existen solo como medios para los fines humanos. El animal en cuestión es siempre una “mascota” o un “animal de laboratorio” o un “animal de caza” o un “animal de consumo alimentario” o un “animal de circo” o bien alguna otra forma de propiedad por la que el animal existe sólo para nuestro uso. Prohibimos el sufrimiento animal solo cuando no tiene beneficio económico. La balanza está desequilibrada desde el principio.
Existen aquí paralelismos con la institución de la esclavitud humana. Mientras que toleramos diferentes grados de explotación humana, ya no consideramos legítimo tratar a nadie, independientemente de sus características particulares, como propiedad de otros. En un mundo profundamente dividido en lo que a cuestiones morales se refiere, una de las pocas normas firmemente aprobadas por la comunidad internacional es la prohibición de la esclavitud humana. Algunas formas de esclavitud son peores que otras. Aun así, prohibimos todas —independientemente de lo “humanitarias” que sean— porque, en mayor o menor grado, permiten que se ignoren los intereses fundamentales de los esclavos si ello proporciona un beneficio a sus propietarios. Reconocemos que todos los humanos deben tener un derecho básico: el derecho a no ser tratados como propiedades de otros.
¿Hay una razón moral sólida para no extender este único derecho —el derecho a no ser tratado como propiedad— a los animales? Expresado de otra forma, ¿por qué consideramos aceptable comer animales, cazarlos, confinarlos y exhibirlos en circos y zoológicos, usarlos en experimentos o rodeos, en definitiva tratarlos de un modo que nunca consideraríamos aceptable para ningún humano independientemente de lo “humanitario” que sea el procedimiento?
La respuesta de que los animales carecen de alguna característica solo poseída por los humanos no sólo va en contra de la teoría de la evolución sino que es completamente irrelevante a la hora de plantear la cuestión de si es moralmente aceptable tratar a los no-humanos como mercancías —así como las diferencias entre humanos no servirían para justificar que se trate a algunos humanos como esclavos. Tampoco tiene sentido la respuesta de que es admisible para los humanos explotar a los no-humanos porque es “tradicional” o “natural” hacerlo así. Esto meramente expresa una conclusión y no constituye ningún argumento.
La cuestión es que no podemos justificar la dominación humana sobre los no-humanos excepto si apelamos a la superstición religiosa centrada en la supuesta superioridad espiritual de los humanos. Nosotros hemos creado la mayor parte de nuestros "conflictos" con los animales. Somos nosotros los que traemos a este mundo a miles de millones de animales sintientes con el propósito de matarlos por razones que son a menudo frívolas. Después tratamos de comprender la naturaleza de nuestras obligaciones morales para estos animales. Pero trayendo a estos animales al mundo por razones que nunca consideraríamos apropiadas para los humanos, ya hemos decidido que los animales están completamente fuera del ámbito de nuestra comunidad moral.
La respuesta de que los animales carecen de alguna característica solo poseída por los humanos no sólo va en contra de la teoría de la evolución sino que es completamente irrelevante a la hora de plantear la cuestión de si es moralmente aceptable tratar a los no-humanos como mercancías —así como las diferencias entre humanos no servirían para justificar que se trate a algunos humanos como esclavos. Tampoco tiene sentido la respuesta de que es admisible para los humanos explotar a los no-humanos porque es “tradicional” o “natural” hacerlo así. Esto meramente expresa una conclusión y no constituye ningún argumento.
La cuestión es que no podemos justificar la dominación humana sobre los no-humanos excepto si apelamos a la superstición religiosa centrada en la supuesta superioridad espiritual de los humanos. Nosotros hemos creado la mayor parte de nuestros "conflictos" con los animales. Somos nosotros los que traemos a este mundo a miles de millones de animales sintientes con el propósito de matarlos por razones que son a menudo frívolas. Después tratamos de comprender la naturaleza de nuestras obligaciones morales para estos animales. Pero trayendo a estos animales al mundo por razones que nunca consideraríamos apropiadas para los humanos, ya hemos decidido que los animales están completamente fuera del ámbito de nuestra comunidad moral.
Aceptar que los animales tengan este derecho no supone permitir que las vacas, los pollos, los cerdos y los perros corran libres por las calles. Nosotros hemos traído a estos animales a este mundo y dependen de nosotros para su supervivencia. Debemos preocuparnos por los animales que actualmente existen, pero debemos dejar de criarlos para servirnos de recursos. De este modo, eliminaríamos cualquier supuesto conflicto que tengamos con ellos. Podremos aún tener conflictos con animales independientes que viven en la naturaleza, y tendremos que abordar cuestiones difíciles sobre cómo aplicar el principio de igual consideración a humanos y animales en esas circunstancias.
Reconocer derechos para los animales significa en realidad aceptar que tenemos el deber de no tratar a los seres sintientes como recursos. La cuestión que interesa no es si la vaca debería poder demandar al granjero por un trato cruel sino por qué la vaca está ahí en primer lugar.
Texto original: «One Right For All»